En Bangladesh crece la cifra de fallecidos por el terrible atentado que una vez más —se trata de una tragedia familiar en la historia de la industrialización— una peculiar conjunción de capitalismo global y local perpetra contra la vida de los trabajadores. Y yo aquí, al otro lado del mundo, abro el suplemento dominical del New York Times y me encuentro con cinco páginas de publicidad, desplegable incluido, sobre el proyecto que H&M tiene en marcha en Tribeca, en el Lower Manhattan.
Sí, ya saben, H&M: Herzog & De Meuron, a los que desde hace mucho tengo colocados a la altura de la cadena textil que, como tantas otras, asola Asia con sus “buenas prácticas” laborales. Pero lo de este proyecto y su tufo exclusivo en el corazón de lo que fuera el área más humilde de Manhattan —hace tiempo ya recuperada para una nueva ronda de acumulación inmobiliaria— me parece in-to-le-ra-ble. Me tendrán que disculpar lo simple del argumento, pero si es éste el desenlace de la arquitectura contemporánea, si es esto lo que los estudiantes de medio mundo siguen tomando como ejemplo y aspiración en sus futuras carreras… pues yo me retiro, abandono. Adiós y vayan por la sombra.
Hubo un tiempo en que incluso los arquitectos más elitistas camuflaban su orientación política y su estatus en un oficio que, al menos en el discurso, se proponía como una solución para el ciudadano común — y sí, sabemos que detrás de esa narrativa había instancias desposeedoras. Hubo un tiempo, también, en que los arquitectos más ‘señoritos’ pensaban en sus intervenciones como acciones que construían ciudad — y sí, es muy posible que al hacerlo tuvieran más en común con las pujantes burguesías del Renacimiento y sus palazzi que con un soviet disciplinar llevado por el ardor popular. Si me apuran, hasta diría que tuvimos arquitectos que, sin mayores pretensiones sociológicas, propusieron todo tipo de boutades insustanciales con el fin, panem et circenses, de divertir a un pueblo anestesiado por el consumo dirigido. Y sí, todos ellos, construyeron sus casas para ricos… pero hasta podríamos perdonarles porque casi siempre éstas ocultaban su sobrepeso arquitectónico tras la astuta discreción de la privacidad burguesa.
Pero lo de este edificio —y la mitad del Manhattan construido en las últimas décadas, por supuesto— es pornografía pura y dura, exhibicionismo de clase, ostentación cutre y fanfarronería de nuevo rico travestida de minimalismo cool: vulgar display of power, si me permiten traer a colación un lema, lo sé, poco afortunado. Viviendas de hasta más de 500 m2 en el corazón de uno de los mercados de suelo más disparado del planeta… Estoy imaginando los oligarcas del petróleo y ex-banqueros de 45 años que disfrutarán de esas estupendas vistas esporádicamente en su pied-à-terre en el Lower Manhattan. Si la arquitectura era esto…
Cada vez que me agreden con un engendro socio-estético de esta naturaleza me entra una desesperación y depresión profunda, de la que sólo puedo salir, minutos después, cuando pienso cuántos otros arquitectos han perseverado en su labor persiguiendo objetivos cuya estatura moral es inversamente proporcional a los honorarios que generan y a la atención que reciben en los medios. Brindo por ellos.
Entre aburrimiento y rabia… La arquitectura será más bien el juego maléfico, terrorífico e inquietante del poder bajo la luz crepuscular?
Tienes toda la razón Alvaro,
Este minimalismo cool ofrece una imagen de sobriedad que resulta perversa.