Hace ya cuatro meses que prometí dejar en algún momento mis propias reflexiones en torno a la escritura científica y parece que no puedo demorar más la tarea. De modo que, en las próximas semanas, espero ir aportando al blog ideas sobre este tema, con la esperanza de que puedan servir a los lectores, especialmente aquellos que desarrollan en la actualidad su doctorado.
Aunque parezca un desvío, para mí resulta claro que lo primero que hay que hacer para escribir es… leer. Como decía irónicamente un filósofo hace tiempo, resulta paradójico que buena parte de los académicos hayan abandonado la lectura: tienen tanto que escribir que, simplemente, dejaron de hacerlo. Si la gente en general lee para comprender o “saber que no estamos solos”, el investigador además debe leer por principio y necesidad. Hay al menos tantos tipos de escritura científica como campos de conocimiento, pero incluso en los más alejados de las “letras” (las ciencias sociales y las humanidades) será necesario leer todo lo relevante que se haya escrito sobre el tema que se afronta para ofrecer una aportación mínimamente honesta: es frustrante oir la típica frase de que “no se ha escrito nada sobre este tema”, incluso refiriéndose a temas que tienen décadas de estudio detrás. Así que, querido estudiante, haga acopio de literatura durante varias semanas y después dedique meses a leerla y a ampliar la selección inicial, a seguir leyendo, etc.
¿Cuánto debo leer? Obviamente eso dependerá del objeto de la investigación, pero es importante no ser rácano con el tiempo. Si se ha seleccionado un tema que realmente apasione no hay excusas de ningún tipo. Lo siento, pero en este aspecto a mí los consejos de Eco no me sirvieron de mucho: prefiero medir mi tiempo en relación al reto que me he fijado al iniciar la investigación y no al revés. Por poner un ejemplo, el artículo que estoy empezando a preparar durante este verano va a recoger parte de los procesos que estudié en una de las secciones de mi tesis doctoral. A su vez, ésta era un desarrollo de mi tesina, lo que quiere decir que el material del que parto tiene ya más de un año (quizá dos) de trabajo específico sobre él y sus buenas tres o cuatro páginas de bibliografía. Pero a) se han escrito cosas muy interesantes en el tiempo que ha pasado desde entonces y es obligatorio conocerlas, y b) en este período he frecuentado otros territorios teóricos que me hacen ver el fenómeno que voy a tratar de forma distinta, lo que requiere un ligero cambio de perspectiva. De modo que desde hace aproximadamente dos meses estoy recopilando, sin prisa pero sin pausa, cosas para leer. Si reúno todo, ahora que la búsqueda ha terminado, tengo aproximadamente 6 libros, 4 tesis doctorales, 14 artículos directamente relevantes y entre 30 y 40 artículos parcialmente relevantes o que pueden dotar de matices al discurso. ¿Los utilizaré todos? No, por supuesto, pero hay que leerlos para estar seguro de que no se pierden datos fundamentales o para que los revisores, en su momento, no puedan dejarte en evidencia por desconocer contribuciones significativas. Estoy hablando, claro, de revistas mínimamente rigurosas, que empleen a revisores que realmente conozcan el tema en cuestión y se tomen en serio (y con limpieza) su tarea.
¿Cómo debo leer? Es crucial ser ordenado y leer con una estrategia concreta. Lo normal cuando uno va a preparar un artículo es que conozca el tema lo suficiente como para poder esbozar una estructura muy general o decidir lo que pretende no sólo antes de ponerse a escribir, sino también antes de ponerse a leer estas nuevas rondas de material que nutrirán y enriquecerán el discurso final. De modo que lo primero es trazar ese esquema mental y distribuir las lecturas en sus distintos puntos; por supuesto el esquema va a variar una y otra vez, pero es necesario partir de un orden previo para poder avanzar con cierta seguridad y no encontrarse perdido en un mar de referencias a mitad de camino y desesperar. Algunas personasse sienten más cómodas redactando borradores de apartados del trabajo una vez leídos los materiales asignados a esa sección; esto, en fin, depende de la sensación personal de cada cual.
En lo que se refiere a la mecánica de lectura, es fundamental mantener un archivo de fichas de lectura o de citas y referencias. Una vez completada la revisión de la bibliografía, habrá que volver a releer esas notas y organizarlas en torno a la estructura del trabajo para que este empiece a cobrar forma. Lo normal será encontrarse con 50-60 hojas de notas de las que sólo una parte se trasladará a un trabajo final de 10-20 páginas. Tarea doble o triple, pensarán muchos: pero ahí, creo, está la diferencia entre un resultado final con un espesor y densidad de sentido notable y uno de esos trabajos que se leen en 20 min. en el metro… Aquí, como en tantas cosas (especialmente bajo el régimen de Discipline & Publish de la universidad actual), hay que elegir entre cantidad y calidad. Por mi parte lo tengo claro: mejor producir dos o tres trabajos relevantes al año, que sean leídos y supongan una aportación real, a una cantidad mucho mayor de segundas, terceras y no sé cuántas versiones del mismo artículo que no interesa a nadie y te reservará un lugar en el limbo del olvido académico.
En breve otra entrada sobre este tema, ya dedicada a la propia labor de escritura.
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