En esta ocasión cedo la palabra al sociólogo urbano Jean-Pierre Garnier, que amablemente nos envía la introducción a la ponencia que realizó en un reciente encuentro de geógrafos críticos en la Université Paris-Est Marne-la-Vallée. Como (triste) curiosidad, mencionar que Garnier compartió mesa en este coloquio con Neil Smith, pocos días antes de que éste falleciera, justo al regresar de Francia.
Como de costumbre Garnier extiende su crítica más allá de los límites convencionales, en esta ocasión cuestionando las recientes defensas que David Harvey y Mike Davis han hecho del movimiento Occupy Wall Street y el propio futuro de los movimientos urbanos de contestación surgidos durante el pasado año. Para Garnier salir a la calle es sólo el primer paso, al que ha de seguir necesariamente un esfuerzo por imaginar un horizonte social alternativo y una estrategia para alcanzarlo. En lo que respecta a los investigadores y académicos, Garnier sugiere que su participación en estos movimientos debería problematizarse, volviendo previamente la crítica sobre sí mismos y su rol social de producción de conocimiento.
Tenemos abierta una controversia al respecto de varios aspectos de su texto: el hecho de que el reciente giro espontaneísta de Harvey no puede hacernos olvidar su pasado de defensor de las estructuras de resistencia más sólidas (algo por lo que se le ha criticado en incontables ocasiones); la crítica que Garnier dirige al discurso de moda sobre los Comunes (coincido en que en muchas ocasiones se está empleando como un sustituto amable de ‘comunismo’, pero creo también que el descafeinado contemporáneo no puede borrar el pasado y la tradición de numerosos entramados sociales construidos, precisamente, sobre un régimen comunal); o el peligro de que su crítica constructiva a las recientes tomas del espacio público se confunda con el ataque cicatero desde las instituciones. Pero creo que el debate merece la pena. Sin más dilación, les dejo en la pluma de Jean-Pierre Garnier.
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Salir a la calle: ¿para qué y con quién?
Jean-Pierre Garnier
En su reciente Rebel Cities: From the Right to the City to the Urban Revolution (Verso, 2011), David Harvey vuelve a la cuestión de la relación entre la urbanización capitalista y la lucha de clases. En este libro aporta una serie de comentarios acerca de un punto que había dejado de lado hasta hace poco: el que considera el espacio urbano ya no como objeto de lucha, sino como terreno de lucha. Una lucha que seguiría oponiendo a dos clases, «la burguesía y el proletariado, tal y como Marx las identificaba», escribe Harvey que olvida, como es habitual en todos los “radicales de campus”, la existencia, la función y el papel de su propia clase, la pequeña burguesía intelectual. Pero no está aquí el problema.
Lo que importa para Harvey es que, cuando occure, la ocupación colectiva del espacio público, las reivindicaciones y manifestaciones del conjunto de los trabajadores, obreros y empleados que participan profesionalmente en la producción de la ciudad, «permite[n] ver lo que todos los tipos de categorías sociales tienen en común más allá de sus diferencias », haciendo de la ciudad el «centro del descontento», el «foco del la resistencia anticapitalista», un «área posible donde puede desarrollarse una lucha clave» contra el orden establecido. Y Harvey deduce de eso las «posibilidades extraordinarias abiertas por este poder político de las calles». Pues, «desprovista del poder del dinero, el único poder del cual dispone la izquierda es el poder de la gente en la calle, … el unico que puede ser utilizado», lo que implica que «se piense en los medios de utilizarlo de manera creativa para llamar la atencion sobre las inmensas desigualdades y la iniquidad total del sistema».
Sin embargo, admite Harvey, tal poder es vulnerable como han demostrado a lo largo de la historia las innumerables insurecciones populares aplastadas y, de forma más reciente, la represión violenta de las manifestaciones en Chile (Santiago), en Canadá (Montreal), en los Estados Unidos (New York, Oakland) o la simple interdicción con amenaza de represión en España. En el mejor de los casos, estos movimentos callejeros permiten arrancar algunas concesiones a la clase dominante, pero no quebrantan en nada su dominio o su hegemonía: un cambio de política o incluso de gobierno basta para calmar el fuego. Y a menudo tal cambio no hace falta: los manifestantes se agotan y abandonan por sí mismos el terreno.
Galvanizado también por el espectáculo de estas manifestaciones recientes en el espacio público de jóvenes titulados acechados por la proletarización y que supuestamente expresan las quejas de ‘99% del pueblo’, Mike Davis, en uno de sus libros más demagógicos (Soyez réalistes, demandez l’impossible, Les Prairies ordinaires, 2012), quiere ver en ellas el preludio a un sublevamiento popular generalizado contra un capitalismo en declive. «El genio de Occupy Wall Street», plantea Davis, «es haber liberado un área de territorio en el lugar con el suelo más caro del mundo; y haber hecho de un espacio privatizado un ágora y un catalizador de la contestación». Lo que, con todo, no impidió que las pantallas de los edificios que flanquean la famosa calle siguieran haciendo desfilar las cotizaciones de bolsa, ni que los traders siguieran atareados en sus oficinas — aun cuando algunos de ellos, aprovechando la pausa de medio día para el sandwich, bajaban a la calle para ver de cerca lo que estaba pasando e incluso charlar con los contestatarios. Para Davis, sin embargo, «los banqueros deberían mostrarse más humildes y empezar a temblar», los manifestantes deben seguir «apoderándose del espacio publico y devolviéndolo al pueblo» — «¡que se apoderen de los Comunes!», concluye en un ardiente llamamiento. Noción en boga desde hace algún tiempo en ciertos circulos de la intelligentsia “radical”, estos ‘Comunes’ han reemplazado al ‘comunismo’ como referencia central y horizonte de la emancipación — pero, ¿amenaza esta reapropriación con hacer tambalearse el orden capitalista?.
Todos estos universitarios “radicalizados” parecen olvidar que es necesario plantearse realmente la cuestión del poder. No basta gritar «¡Que se vayan todos!» si no se ha definido y puesto en marcha una estrategia concreta para acabar con la dominación y la desigualdad social. El espacio público urbano puede devenir un sitio privilegiado para movilizar a la gente, para organizar la expresión política directa de la protesta. Pero ¿de qué gente estamos hablando y con qué perspectiva? ¿Con quién o con quiénes debemos salir a la calle? ¿Qué hacer tras tomar el espacio público? En otras palabras, ¿para qué clase de hegemonía y con qué estrategia se desarrollan estos movimientos? Creo que estos interrogantes están ausentes tanto de los propósitos como de las preocupaciones de buena parte de los que hoy contestan el orden neoliberal. Se trata, por lo demás, de una ausencia que caracteriza a la mayor parte de los discursos anticapitalistas de los investigadores “radicales”, sean éstos sociólogos, geógrafos, economistas u otros. Por otra parte, no se toma nunca en cuenta en estos discursos la existencia de una pequeña burguesía intelectual situada entre las dos clases fundamentales del capitalismo. Sin embargo, paradójicamente, es de las filas de esta clase de la que salen muchos de los manifestantes más decididos y los militantes más activos que ocupan las plazas, las calles o los parques — de esa misma clase a la que, en tiempos “normales”, le toca como función obrar por la reprodución de las relaciones de produción capitalistas, tanto en la ciudad como en otros lugares. En los períodos de revolución del pasado, parte de la intelligentsia rompió con su propia clase para comprometerse por su cuenta y riesgo en el cambio de sociedad. De ahí surge una pregunta: ¿nos encontramos aún en un periodo histórico “normal”?
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