Este fin de semana se fue en preparar dos revisiones de artículos para revistas académicas, una española y otra británica. La participación en la revista Urban me ha hecho comprender hasta qué punto es importante la labor de los revisores, tanto para el buen desarrollo de un proyecto editorial como para el avance de la comunidad científica, así que intento poner todo el esfuerzo posible en las evaluaciones aunque no siempre es fácil encajar las peticiones de ayuda de las revistas en la agenda. ¿En cuántos artículos deberíamos aceptar tomar parte como árbitros? Quizá debería considerarse normal revisar 6-7 artículos al año o, como mínimo, un número ligeramente superior al de los artículos que uno remite a publicaciones periódicas con revisión por pares.
En España los colegas suelen aceptar las peticiones de revisión, pero me temo que en un porcentaje mucho menor que en otros países donde la tradición de revisiones externas a las revistas es más antigua. Afortunadamente cada vez es menos habitual encontrar personas que rechazan cooperar como árbitros, aunque por desgracia esta situación sigue produciéndose puntualmente; incluso en algún momento me han llegado a decir que las revisiones externas son una forma académica de “escurrir el bulto” por parte de los editores… Luego, claro, está la competencia con que se ejecuta la evaluación: en ese trabajo el revisor resulta revisado por el autor del manuscrito —a veces se encuentran respuestas demoledoras a las revisiones, que dejan en evidencia al evaluador— y por supuesto los propios editores son juzgados indirectamente en el proceso por su capacidad para encontrar árbitros adecuados a los textos propuestos.
Hay, por otra parte, situaciones en las que la siempre deseable precisión en la asignación de revisores disuelve virtualmente el anonimato del autor y el árbitro. He tenido en varias ocasiones la experiencia de reconocer al revisor de mis artículos por alguna sugerencia en las referencias o incluso por algún giro o frase característica de su escritura, y siempre ha sido fruto de un extraordinario conocimiento del campo por parte de los editores responsables de gestionar esos trabajos, que fueron capaces de identificar exactamente a las principales autoridades en el tema que estaba tratando.
En general creo que las revisiones externas a las revistas son un buen modelo, siempre que los árbitros se tomen en serio su labor y sean realmente competentes en la materia: como autores, tener buenos referees —incluso aunque sean muy críticos— es toda una suerte que mejorará el trabajo o al menos enriquecerá nuestra perspectiva sobre el tema; como editores, disponer de una red amplia y seria de evaluadores es crucial, un auténtico salvavidas.