El lunes pasado celebramos la primera sesión del grupo de lectura del trabajo de Henri Lefebvre que hemos creado en el Máster en Planeamiento Urbano y Territorial del DUyOT. Esta semana tocaba leer y discutir varios capítulos de El derecho a la ciudad, en el calentamiento previo que haremos con este libro y La revolución urbana antes de sumergirnos en La producción del espacio, trabajo cuya reciente traducción al castellano ha propiciado esta iniciativa de debate.
Como era de esperar la sesión de casi 3 h. se quedó corta y muchos temas en el tintero; los comentarios de los alumnos y oyentes dejaron mis más de 10 páginas de notas (además de los apuntes en el propio libro) en segundo plano. Se aprecia ya la mezcla de interés y perplejidad con que los alumnos suelen descubrir el trabajo de Lefebvre, su aproximación totalmente personal y transdisciplinar al problema urbano, la combinación de agudísimas anticipaciones e hipótesis ya obsoletas que percibimos hoy en su voz. Los aspectos que más llaman la atención a los estudiantes de un máster de urbanismo son previsibles: el dualismo entre la ciudad como “obra” y “producto”; la destrucción de los espacios que sustentaban la ciudad concebida como “valor de uso”, especialmente en relación al espacio público; la crítica al rol de arquitectos y urbanistas —tanto “humanistas” como “tecnócratas”— por su pobre acercamiento a la complejidad del fenómeno urbano… Algunos pasajes resultan actuales —demasiado actuales— y especialmente oportunos para un alumnado que en general sigue centrando su atención en los excesos urbanísticos cometidos en España en la década anterior; por ejemplo, este comentario sobre la situación de la economía griega en la década de 1960:
[L]a economía de este país depende estrechamente de este circuito: especulación inmobiliaria, ‘creación’ de capitales por este sistema, inversión de estos capitales en la construcción y así sucesivamente. Es éste un circuito frágil que en cualquier instante puede romperse y que define un tipo de urbanización sin industrialización, o con débil industrialización pero con una rápida extensión de la aglomeración y la especulación, sobre los terrenos y los inmuebles. El circuito mantiene, así, una prosperidad ficticia. (p. 24 trad. castellano)
Me sorprendió bastante comprobar que en general la mayor parte de alumnos estaban de acuerdo con la hipótesis central del libro —de hecho la idea con la que se abre y que vuelve a aparecer una y otra vez— según la cual se equiparan industrialización y urbanización. Ayuda, seguramente, el hecho de que buena parte del grupo está compuesto por alumnos latinoamericanos que están viendo a sus países incorporarse a marchas forzadas a las redes de producción industrial global, y los impactos que ello conlleva en forma de intensificación del desarrollo urbano. Pero también la idea de una transformación radical de los espacios rurales para la agroindustria a escala planetaria y la comprensión del sector servicios y la producción inmaterial como una forma más de industria era obvia para los participantes en la discusión.
Esta posibilidad de seguir identificando urbanización capitalista con industrialización casi medio siglo después de la publicación del libro, y de hacerlo de hecho con mayor legitimidad hoy que entonces dada la dimensión y naturaleza de los procesos de urbanización planetaria se convierte entonces en la plataforma perfecta para la comprensión de la que me parece una de las aportaciones centrales de este trabajo: a saber, la identificación de las lógicas y procesos por los cuales el capitalismo, la industrialización, incorporan y subsumen los territorios precapitalistas, tanto en el campo como en la ciudad, según una lógica diversificada de desposesión, cooptación, marginalización y posterior abducción, etc. La misma tónica es aplicable a los centros históricos de las ciudades heredadas y a los espacios rurales, a los territorios que sufrieron la primera oleada de industrialización en los albores del capitalismo, a los barrios gentrificados de nuestras ciudades contemporáneas y a las últimas cruzadas del capital transnacional en forma de land grabs en África, Asia y Latinoamérica. Es una hipótesis extremadamente valiosa con la que yo mismo vengo trabajando desde hace tiempo —sin advertir quizá la influencia directa de Lefebvre— y que es de hecho la clave para la investigación que tengo entre manos ahora mismo.
Los alumnos, en todo caso, protestan ante algunos aspectos obvios. Por ejemplo, que el libro trata más bien poco sobre el concepto que que le da título, el “derecho a la ciudad”… y además lo hace de modo aún confuso — el tema de hecho lo desarrollará y perfilará Lefebvre en trabajos posteriores. Y, por supuesto, está la pregunta que podemos esperar en un programa naturalmente orientado a la acción, a la propuesta urbana: ¿cuál es la forma del derecho a la ciudad o de esa ‘ciudad como obra’ que Lefebvre propugna? La respuesta —y soy consciente de que esto decepciona a muchos— sería algo así. La forma construida importa sólo en cuanto soporte y materialización de otros procesos; por lo demás, no podemos trabajar con la idea de que a través de dichas formas espaciales podemos modelar la morfología social (p. 128). De hecho la concepción de la ciudad como “obra” colectiva, no sujeta a un plan preconcebido (a una representación del espacio hegemónica, dirá Lefebvre más adelante), diferida en el tiempo y en constante reapropiación por los usuarios pone contra las cuerdas todo el edificio de la disciplina urbanística y arquitectónica — una contradicción de la que no está libre el propio Lefebvre en los apuntes prospectivos que cierran el libro, donde la idea de ciudad-obra choca con la conservación de la idea de planificación, aun en la forma socializada que el autor propone. Donde Lefebvre pisa terreno más sólido —y donde de hecho la mayor parte de arquitectos le desean, por la apertura a la imaginación espacial— es en la propuesta de “métodos” —no “formas” o soluciones espaciales— para imaginar los futuros urbanos posibles: “transducción” y “utopía experimental”.
No quisiera terminar sin mencionar un pasaje que me resultó especialmente productivo y que había pasado desapercibido en anteriores lecturas. Es sabido que el pensamiento de Lefebvre ha animado alguna de las contribuciones recientes más interesantes a la noción de “escala” (véase por ejemplo el trabajo de Neil Brenner, especialmente el artículo A thousand leaves: Notes on the geographies of uneven spatial development, publicado en el volumen Leviathan Undone? Towards a Political Economy of Scale, editado por R. Keil y R. Mahon en 2009). Las reflexiones sobre la escala específica de lo urbano y su conexión al nivel global (en el que Lefebvre incluye lo nacional) y lo privado (la escala de lo cotidiano, de la vivienda al barrio) aparecen ya en este libro y volverán en trabajos posteriores de forma más elaborada. Pero hay además una serie de fragmentos en los que Lefebvre critica a los humanistas “de buena voluntad” que defienden una ‘ciudad a escala humana’. Es un concepto recurrente en la jerga de los arquitectos que siempre me ha puesto un poco nervioso, empezando por la ironía obvia: no hay escala más humana que la global, supuestamente responsable de la “deshumanización” de la ciudad. Para Lefebvre, por el contrario, debemos rechazar esta hipótesis: lo necesario es repensar la ciudad en otros parámetros escalares en un momento en que el hombre mismo ha cambiado de escala.


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