Gracias Sonia e Igor por vuestros comentarios a la anterior entrada. El tema es interesante y creo que merece un poco más de espacio en primera plana.
Cuando se trata de emplear narraciones (sean literarias, fílmicas o de otra naturaleza) en un trabajo de investigación hay que ser muy conscientes del sesgo que arrastran consigo, del mismo modo que haríamos con cualquier fuente secundaria que manejemos en nuestras indagaciones. Yo mismo me inclino bastante a ese tipo de recursos (ver esta entrada anterior), pero hay que ir con cuidado. Mike Davis, por ejemplo, emplea una abundante panoplia de fuentes noir en su reconstrucción de la evolución de Los Ángeles en Ciudad de Cuarzo, pero casi siempre para mostrar la crítica que la metrópoli y su desarrollo suscitaban al nivel de la cultura popular, y no tanto para describir el proceso urbanizador o su gobierno en sí mismos. De forma mucho más profunda y productiva, una obra inolvidable como El campo y la ciudad de Raymond Williams hace un uso sistemático de fuentes literarias para describir el pasado: pero, de nuevo, Williams es inteligente y habla de las ‘estructuras de sentimiento’ que ese pasado expresó en sus textos —especialmente en poesía—, no de los procesos materiales en sí mismos, que aparecen siempre como el trasfondo del objeto de su trabajo.
Una muestra práctica. Tomemos, por ejemplo, un fósil de la interesante historia de los intentos de gentrificación del madrileño barrio de Lavapiés: la serie Living Lavapiés, un aborto prematuro que creo no llegó a cerrar su primera temporada. Imaginemos por un momento que hubieran triunfado las perspectivas de gentrificación que la administración local y los agentes de la zona tenían sobre el barrio en aquel momento y de las cuales la serie no era más que un derivado bastante obvio y penoso. Si un investigador tomara hoy esa serie como índice de lo que era el barrio en su día sería incapaz de comprender los procesos en juego en ese momento. Afortunadamente la serie era tan simple como los modos de gobierno que pretendían alterar de la noche a la mañana una estructura socioespacial extraordinariamente compleja… y hoy el puñado de capítulos que emitieron quedan como metáfora del (afortunado) fracaso de aquel proyecto de limpieza y maquillaje del barrio. Como decía en mi anterior entrada sobre The Wire, creo que la serie es un indicador de las propias ideologías socioespaciales detrás del producto mediático más que de la realidad del ámbito que éste “retrata”.
Por supuesto no pretendo comparar la calidad fílmica de The Wire y el sucedáneo pop sobre Lavapiés. Pero tengo la impresión de que tanto éstos como otros ejemplos narrativos funcionan de un modo similar, nos dicen más de la visión de una época —y tratándose de teleseries ésta tiene que ser forzosamente una visión de algún modo mercantilizada y pasada por el picadillo de la industria mediática— que de lo que realmente está pasando en estos lugares. ¿De verdad cuenta la primera temporada de The Wire algo distinto a lo que los profetas del miedo y la industria securitaria vienen diciendo de estos barrios desde hace décadas? Desde luego, no hace falta que nos vayamos a Baltimore: cualquiera que haya pisado la Cañada Real sabe que ahí hay muchas más cosas en marcha de las que muestra Callejeros…
Eso sí, si en algo estoy de acuerdo es en la candidatura de Sonia: The Simpsons ha sido una oportunidad interesante y sumamente divertida de conocer la ‘estructura de sentimiento’ con la que una buena parte de los US se representa la vida en el suburbio y toda la cultura que le rodea. En fin, dentro de un par de semanas tenemos en clase una experiencia en parte relacionada con este debate, porque daré a los alumnos de postgrado un par de películas (Of Time and the City, de Terence Davies, y Construcción de una ciudad, de Néstor Frenkel) para comentar y discutir sobre las representaciones y el papel del tiempo en la ciudad. Ya os contaré…
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