El próximo viernes participaré en el encuentro ‘Hacia una historia del urbanismo europeo del siglo XX’, organizado por la Universidad de Valladolid y que contará con la participación de colegas de centros alemanes, españoles y franceses. Para calentar motores estoy leyendo The History Manifesto, el libro que Jo Guldi y David Armitage acaban de publicar en Cambridge University Press. El libro se propone como acontecimiento, comenzando por su publicación en formato open acces (pueden descargar el libro completo aquí) y está desencadenando una serie de eventos de discusión muy interesantes (por ejemplo esta presentación-debate en la London School of Economics hace unos días). El libro viene al pelo para fundamentar alguno de los argumentos que me gustaría defender en Valladolid, en particular la necesidad de escribir una historia para la acción (política o disciplinar) y adoptar marcos temporales amplios de análisis — la longue durée de Braudel, propuesta en el libro como antídoto contra la ‘crisis de cortoplacismo’ que inunda nuestras vidas actualmente, de la política formal a los programas educativos y, desde luego, a una práctica historiográfica cada vez más ceñida a períodos breves de unas pocas décadas o unos pocos años.
Tras unas cuantas peleas intelectuales con historiadores en distintos ámbitos uno puede desesperar por la acusada inclinación de parte de esta disciplina a perderse en el detalle, la referencia documental, el vericueto del archivo. Permítanme el ejemplo personal: en todos los trabajos de naturaleza historiográfica que he publicado he tenido la fortuna de contar con revisores historiadores (eso se nota en seguida a pesar del anonimato) y casi siempre ha habido controversia y discusión en relación a los marcos interpretativos amplios que proponía; la disputa vuelve a comenzar en cada nueva aportación. El esfuerzo en la precisión y la fidelidad al archivo es fundamental, desde luego, pero a menudo tengo la impresión de que la excesiva atención de cierta historiografía a los árboles en primera línea impide ver el bosque en su conjunto. Se trata, sin duda, de una deriva comprensible si pensamos en la particular división del trabajo y especialización que nos arrastra prácticamente a todos en la academia. Pero no deja de ser nociva si se prorroga indefinidamente o se pierde el imperativo de formular preguntas ambiciosas a nuestros objetos de estudio, preguntas que nos digan algo no sólo del pasado que exploramos, sino también y fundamentalmente del presente que dirige la interrogación. Para realizar esa conexión entre ambos es imprescindible llegar a comprender la naturaleza de procesos de cambio social de larga duración, que abarcan desde varias décadas a varios siglos. Soy consciente de que esas ‘grandes preguntas’ suelen desembocar en ‘grandes relatos’ que no siempre han sido beneficiosos para el conocimiento por su excesiva violencia sobre los materiales que estudian. En el flanco contrario, las narrativas “situadas” que una nueva historiografía voluntariamente “menor” ha venido produciendo recientemente han proporcionado un apoyo sustancial para luchas locales y particulares que han transformado, sin duda, nuestra forma de comprender lo político.
Pero está también la realidad, totalmente obvia, del tipo de historias que nos atraen por su capacidad para producir un sentido político que hable directamente a nuestro presente — o, en términos de Guldi & Armitage, que contesten la verdad al poder. Les pondré una serie de ejemplos:
– Henri Lefebvre.- La fundamentación histórica de sus hipótesis teóricas adolece casi siempre de grandes carencias y a veces cae en errores de bulto; aún así sus intuiciones sobre los modos históricos de producción del espacio son tremendamente productivas, también en un sentido historiográfico, como demuestra el trabajo de numerosos autores que han tomado los argumentos de Lefebvre como base para el desarrollo de trabajos históricos más sólidos.
– Michel Foucault.- Se pasó una buena década perorando sobre la necesidad de desmontar las historiografías absolutas y reivindicando una nueva forma —fragmentaria y múltiple, arqueológica y genealógica— de mirar al pasado… A pesar de todo si leen sus trabajos sobre el saber psiquiátrico, sobre las formas penales, sobre los modos de gobierno, etc. ¿no estaba Foucault hilando constantemente grandes relatos para producir sentidos unitarios a partir del gran bloque temporal de la modernidad? De nuevo grandes dosis de desviaciones e imprecisiones historiográficas, y de nuevo una tremenda capacidad para narrar el pasado de forma productiva, como una historia del presente.
– Manfredo Tafuri.- Que el primer Tafuri se dejara arrastrar por las aguas foucaultianas y marxianas significa que nos esperaban también constelaciones de amplio espectro. Teorie e Storia, Progetto e Utopia, la colección de investigaciones que finalmente se reúne en La Sfera e il Labirinto… son todos frescos de gran formato que esconden presupuestos políticos ambiciosos tras el minucioso ejercicio de crítica del lenguaje arquitectónico. Y por supuesto la crítica de la historiografía operativa es otra trampa teórica: ¿no tenían sus textos de los 70 un claro objetivo programático, mucho más si cabe que los propios trabajos que Tafuri atacaba?
– Howard Zinn.- Pasando al campo de la historiografía pura, se viene a la cabeza el trabajo polémico y genial de este historiador para las masas, que en A People’s History of the United States empleó intensamente la elipsis en un lapso de cinco siglos y una combinación muy personal de recuerdo y olvido para contarle su historia a los parias americanos. Sus colegas no se lo perdonaron nunca… pero ¿a quién lee hoy un chaval de barrio interesado comprender en un solo volumen el aplastamiento de la población indígena, la figura de Eugene Debs o la administración Clinton?
– Peter Linebaugh.- Hace poco leí su reciente Stop, Thief! y me pareció claro: la violencia que el autor ejerce sobre buena parte de sus casos es imprescindible para construir un discurso políticamente operativo sobre la emergencia y destrucción de lo común a lo largo de 3-4 siglos de sistema capitalista. La versatilidad de Linebaugh para saltar de una geografía y un período a otro en busca de la formación de espacios sociales comunales es pasmosa y consigue su objetivo: el común está por todos sitios y por doquier es perseguido y sofocado… para volver a reaparecer una y otra vez. De nuevo, un tipo de mensaje que huberia sido imposible producir en los esquemas estrechos de la historiografía cortoplacista.
Son sólo muestras obvias del modo en que ciertas grandes narraciones historiográficas pueden llegar a producir un efecto real sobre el presente al transformar nuestra comprensión del pasado que lo produjo. Veremos qué depara la conversación en Valladolid sobre estos temas en los próximos días.
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