Estoy releyendo en mi tiempo libre Jane Eyre y encontrando un buen número de elementos muy interesantes que habían pasado desapercibidos en lecturas anteriores — lo reconozco, a mí las Brontë me pueden desde la adolescencia. Ya he comentado en alguna otra ocasión lo útil que me parece incorporar referencias literarias a la investigación urbanística, como fuentes privilegiadas que transmiten de forma excepcional la experiencia y mentalidad de un determinado período. O seamos justos y digámoslo con las palabras del que barrió las ciencias sociales en este sentido, Raymond Williams: para expresar la ‘estructura de sentimiento’ de una época.
Pues aquí tenemos este particular choque de territorialidades entre Jane y Rochester, dos geografías opuestas que vienen a cruzarse en Thornfield Hall, en algún lugar al norte de Inglaterra. Rochester es el hombre de mundo, sus negocios y ocio producen una vida extremadamente móvil, deslocalizada e imprevisible, desplazándose con facilidad en el amplio tejido de redes económicas y culturales con que Gran Bretaña despunta a nivel mundial en la primera mitad del XIX. Jane es por el contrario la figura fijada al ámbito local, a las instituciones y casas por las que va pasando. Rochester se burla en algún momento de ella: “Miss Eyre, have you ever lived in a town? … Have you seen much society?”. Jane alimenta un creciente deseo por ampliar su experiencia ampliando su territorio. En un pasaje clave, confiesa que desearía tener un poder de visión que le permitiera rebasar el horizonte que divisa desde la mansión y que la limita como persona, conocer ciudades, regiones llenas de vida de las que ha oído hablar y que nunca podrá ver. Pero, ay, como señala Miss Ingram en otro pasaje, sólo a los hombres parece corresponder el privilegio de la aventura en esa ampliación del campo de batalla: “cazar, disparar y luchar”, ese debe ser su lema.
Los giros inesperados de la historia arrojarán a Jane a esos mundos por descubrir, la convertirán por un tiempo en una nómada que gana su independencia al cortar sus lazos espaciales y convertirse en trabajo libre, en un individuo desnudo. Y Rochester, por el contrario, quedará fijado a su propia tragedia local, perdiendo, significativamente, la vista que en otros puntos del libro había aparecido como expresión acabada de un nuevo poder que dispone libremente del espacio a través de su visualización. Ambos personajes son, en definitiva, reescalados a lo largo de la novela. Como sucedió en la realidad del desarrollo socioespacial del par de siglos que la precedieron, el individuo que da el salto a una escala jerárquicamente superior sufre una reestructuración profunda de su experiencia personal. Obviamente hay aquí material para volver sobre el tema del cercamiento…