Se va cerrando 2012.
Aprovecho estos días de obligado receso —la Universidad Politécnica de Madrid ha cerrado sus centros, una medida más de ahorro— para rematar el artículo que tenía en marcha y se alargó más de la cuenta por coincidir con el fin de curso, encajar cosas para el monográfico sobre paisaje que la revista Urban publicará en marzo, planificar las clases y prácticas de investigación del próximo cuatrimestre y leer varios libros que rescaté de su olvido en los depósitos de la biblioteca de Geografía e Historia de la Complutense: Readings in Urban Theory, editado por Susan Fainstein y Scott Campbell (1996, Blackwell; desafortunadamente no he podido encontrar las ediciones actualizadas de la colección), Urban Theory and the Urban Experience, de Simon Parker (2004, Routledge) —ambos elegidos para ir calentando motores de cara al especial que la revista Urban sacará en otoño de 2013— y, del bueno de Don Mitchell, Cultural Geography. A Critical Introduction.
Se acaba un año extraordinario en el sentido pleno de la palabra, tanto en connotaciones positivas como negativas. En el contexto de una situación política y económica totalmente negra —a pesar de los impulsos de contestación y autogestión de esferas aisladas de la vida cotidiana y el tejido social—, ha sido el primer año en que me he dedicado íntegramente a la investigación y la docencia después de 10 años complementando la actividad profesional y la académica. Quizá no era el mejor momento para el cambio, pero los tiempos que corren no parecen apropiados para saltos de ningún tipo, si no son grandes y hacia delante — disculpas por el chiste fácil. No puedo dejar de comparar este paso con los que acontecieron en la historia de la arquitectura y el urbanismo del siglo XX, cuando cada crisis era, para algunos, una oportunidad de abrir nuevos esquemas de pensamiento y, para otros, un momento en el que encontrar refugio en la teoría a la espera de que las aguas del mercado volvieran a su cauce. Acicate para la reflexión o excusa para huidas oportunistas, siento que esos episodios tienen poco, o nada, que ver con mi camino personal y esa constatación aparece como una grieta más en la perfección de los edificios que la historiografía construye a posteriori.
Pero no nos alejemos del presente. La perspectiva en las universidades públicas, especialmente en Madrid, es como mínimo inquietante, con un horizonte que suma al retraso histórico nacional lo peor de los modelos foráneos en lo que se refiere a elitización y mercantilización del conocimiento. Del apoyo a la actividad investigadora y el difícil encaje con la evaluación institucional de la misma mejor no hablamos. A menudo me siento afortunado por haber elegido líneas de investigación que no requieren para su desarrollo más que tiempo, neuronas y un buen servicio de biblioteca, pero cada vez que pienso en compañeros con proyectos que exigen infraestructuras potentes y costosas, y en la contrapartida de los insistentes discursos sobre la excelencia científica… es como pedirle a alguien que salte más alto después de haberle cortado las piernas.
Pero incluso al nivel más básico la situación se deteriora a marchas forzadas; el otro día pude comprobar cómo se ha eliminado el acceso a algunas revistas fundamentales en diversas bibliotecas universitarias. Con independencia del debate sobre el “atraco” de las suscripciones exigidas por las editoriales multinacionales —forma flagrante de privatización de bienes públicos apoyada activamente por nuestras instituciones a través de sus sistemas de evaluación del trabajo académico— me pregunto qué haremos la próxima vez que recibamos una revisión de artículo solicitando la revisión crítica de diez artículos en nuestro trabajo y no tengamos forma de acceder a la mayor parte de ellos si no es pagándolo de nuestro bolsillo. Con todo, tal y como están las cosas, hasta esto parece una queja de “privilegiados”: el otro día unos compañeros de la Complutense me contaban que se están llevando el papel de casa para poder trabajar en su departamento… qué nos quedará por ver.
Haciendo la difícil abstracción de este turbio contexto, si eso es posible, el año ha sido bueno para mí: varias publicaciones y ponencias internacionales, la obtención de la acreditación y el premio extraordinario de doctorado… Pero, sobre todo, la oportunidad de dedicarme íntegramente al trabajo académico, de leer y escribir con más calma de la habitual en años anteriores, de disfrutar de lo que ofrecen los compañeros y alumnos en la universidad, colaborar con colegas de otros países y proyectar el futuro más detenidamente — aunque siempre con la sombra de la incertidumbre al acecho, desgraciadamente. En los últimos meses se han perfilado además experiencias y trabajos que saldrán y se desarrollarán en el próximo año y que prometen un interesante 2013: los primeros seis meses están ya prácticamente saturados de actividades.
Ahora, mirando atrás con esta inevitable mezcla de ira y expectación, de aliento y desaliento, pienso en lo afortunados que somos todos los que miramos la vida a través de los ojos de la ciudad. En fin, ánimo y buena suerte a todos los que seguís el blog, estéis donde estéis.
Feliz año nuevo, gracias por compartir tu conocimiento mediante este blog….saludos desde Colombia.