Quizás uno de los aspectos más fascinantes de la investigación es la posibilidad, bastante alta, de que cada proyecto se convierta en una oportunidad para descubrir muchas más cosas de las que habías imaginado en tus hipótesis iniciales. O, para ser más preciso en el tema que concierne a esta entrada, que termines adentrándote en “jardines” disciplinares más o menos desconocidos, para deleite de los más inquietos y curiosos… y, en su caso, desesperación de sus tutores, directores de tesis, proyectos, etc. El último campo de este tipo al que me estoy viendo arrastrado durante los últimos días son los estudios de cultura material, un área de conocimiento de límites difusos, dedicada a analizar la relación existente entre los objetos (entre ellos, los que componen el entorno construido) y la sociedad o, como los partidarios de esta línea dirían, entre lo humano y lo no-humano. Surgidos hacia la década de 1970 como una contaminación mutua de la antropología y la arqueología en el marco de los triunfantes estudios culturales de la época, los estudios de cultura material han experimentado una segunda juventud desde la década de 1990 al calor del nuevo auge de la filosofía de la ciencia o lo que los anglosajones denominan science and technology studies. Sirva esta breve y a buen seguro insuficiente caracterización como muestra del que es, obviamente, rasgo sobresaliente de esta materia: su absoluta (y a veces temible) interdisciplinaridad.
En The Rule of Freedom. Liberalism and the Modern City (Verso, 2003), uno de los mejores libros que he leído en los últimos meses, Patrick Joyce hace una serie de menciones de la influencia que sobre su trabajo ha tenido el campo de los estudios de cultura material y, en particular, el trabajo de Chandra Mukerji. Intrigado, me lancé sobre el libro más conocido de esta autora, Territorial Ambitions and the Gardens of Versailles (Cambridge University Press,1997), un estupendo monográfico que retuerce la historia de los jardines de Luis XIV para presentarlos como un artefacto inserto en una red de fuerzas más amplia: el proyecto de un estado territorial, la formación de una cultura material ligada y proyectada sobre la tierra, un conjunto de técnicas de diseño y modificación del terreno y el paisaje, un programa de aspiraciones militares, una nueva política del lugar articulada a una coreografía de espacialidades cortesanas… El trabajo merece realmente la pena y es iluminador en muchos sentidos.
Con todo, he de decir que, tras leer buena parte del libro, no comprendía cuál era la diferencia que supuestamente aportaba este nuevo campo del conocimiento, los estudios de cultura material. En realidad, buena parte de lo que puede leerse en el trabajo de Mukerji resultará completamente natural, a nivel conceptual, al que esté familiarizado con los estudios urbanos críticos, la geografía humana de las últimas décadas, etc. De modo que decidí tomar la solución de último recurso: un manual… sí, esos salvavidas a los que a menudo recurrimos sin confesarlo una vez superado cierto nivel en la vida académica. Este recelo, absolutamente injustificado en algunos casos, fue por desgracia acertado en esta ocasión.
El monstruo en cuestión, The Oxford Handbook of Material Culture Studies (ed. Dan Hicks & Mary C. Beaudry, Oxford University Press, 2010), un tocho de casi 800 p. de gran formato, ha resultado ser demasiado para mí. Aquí las ideas de antropólogos y arqueólogos experimentales sobre el mundo de los objetos y las prácticas asociadas a ellos campan a sus anchas y despliegan a lo grande su hipótesis más innovadora e indigesta: que las cosas tienen agencia propia, casi en el sentido de una voluntad específica… en suma, Latour en estado puro (y duro, a veces demasiado). Hay un capítulo firmado por Dan Hicks, uno de los editores, que es verdaderamente adecuado para hacerse una idea de cuál ha sido la evolución del estado del arte y su articulación a corrientes más amplias de teoría social. A través de esta contribución puede rastrearse una evolución que, en mi opinión, va de un corpus de hallazgos realmente interesantes desde los 1970s y hasta principios de los 1990s (cuando la teoría antropológica y la interpretación arqueológica se extienden a un estudio del presente en las sociedades occidentales, con la creciente atención a la cultura de masas) a una apuesta por lo bizarro y lo excesivo en los métodos y lecturas más recientes: en el caso más extremo, uno de los capítulos comienza valorando la posibilidad de que las teteras decidan por sí mismas cuándo deben hervir el agua… Es una exageración tratada de forma irónica en el propio artículo, pero ‘cuéntame los chistes de tu disciplina y te diré los problemas de sus categorías’…
Advierto, en todo caso, que es muy probable que mi escepticismo se deba a la lectura instrumental que estoy haciendo, intentando buscar argumentos que complementen algunas de las hipótesis con las que estoy trabajando en el artículo que tengo en marcha — que van más en la línea de lo que el antropólogo sociocultural Alfred Gell sugería en su Art and Agency: An Anthropological Theory (Clarendon, 1998), a saber, que los objetos y nuestro entorno material son agentes secundarios que pueden ser empleados como instrumentos para diferir los procedimientos de dominación. Quizás, en fin, otros lectores encuentren cosas muy interesantes en este monumental y algo desaliñado manual. Para mí, en todo caso, este “jardín” ya está “cerrado”.
No se podrían rastrear los “cultural studies” al perido de entre-guerras especialmente en la Alemania de Weimar? Con críticos que se pueden asociar a la teoría crítica de la escuela de Frankfurt como Siegfried Kracauer y Walter Benjamin?
Editorial argentina acaba de sacar el libro de Gell en castellano!