In memoriam: Fernando Roch

Como muchos lectores de este blog ya sabrán, hace tres semanas fallecía Fernando Roch Peña, catedrático emérito de la Escuela de Arquitectura de Madrid. Fernando fue una figura central en la formación de varias generaciones de urbanistas atraídos por una visión fundamentalmente política y social de la ciudad. Su ausencia, hoy, es proporcional al espacio que ocupa su perspectiva crítica en nuestra educación intelectual. Con motivo de su jubilación hace un par de años José Fariña publicó en su blog un retrato y entrevista a Fernando con una síntesis de su carrera. Desde la tristeza, esta entrada pretende ser un breve complemento a ese material, a modo de memoria de su faceta más personal.

Fernando era, sobre todo, un gran personaje. En sus clases nos habló mil veces del ‘espacio social’ como un teatro civil y cívico, en el que cada sujeto aprende a ocupar roles que tienen una espacialidad concreta. Y él mismo, en su docencia, en sus intervenciones públicas, desplegaba una sólida representación de lo que el magisterio debe ser. Dicen los que fueron alumnos suyos hace cuatro décadas que ya en sus primeros pasos como profesor impresionaba en sus clases, y fue capaz de mantener ese nervio hasta retirarse. Puede parecer anecdótico, pero tengo asociada esa sensación al timbre y cadencia de su voz. Sé que esa voz perdurará y sobrevivirá quizá a su imagen en mi memoria.

Es un lugar común, por supuesto, decir que Fernando era un tipo tremendamente inteligente. Estos días tras su fallecimiento me he preguntado, más bien, cómo era su inteligencia. Tengo la impresión de que era el fruto de una combinación de aspectos: más allá de la mera rapidez mental, la cultura, la intuición y la curiosidad, el humor… Fernando era un tipo cultivado en un abanico de campos muy diversos en las ciencias sociales, las ciencias naturales y las artes. Como saben todos sus alumnos, te podía hablar igual de Darwin que de Lipietz o de Zuloaga y, si lo pillabas en un buen día, encontraba el modo de atar todo eso a los fenómenos urbanos. Personalmente lo más valioso que recibí de él fue la toma de contacto con toda la cultura de las ciencias sociales francesas de los años 60s y 70s, especialmente la escuela de la regulación y, por supuesto, Lefebvre. Siempre fue muy crítico con la academia anglófona, pero en la última década en particular era habitual encontrarle lidiando —críticamente, por supuesto— con distintas figuras de la teoría crítica, el marxismo y la geografía radical británicas y estadounidenses.

En todo caso lo que le definía no era la erudición en sí misma, sino el modo en que asimilaba lo que leía y lo movilizaba en su discurso. Y una curiosidad incansable. En la academia nos dedicamos a investigar sobre temas concretos de nuestro campo, en algunas ocasiones pisando campos colindantes. Fernando lo investigaba todo, del mercado inmobiliario madrileño a los rastros de una vieja estufa que había comprado en algún lugar y que, indagando, le había llevado a reconstruir la historia de su fabricante y su región, en Bélgica si mal no recuerdo.

Otro rasgo característico de Fernando era su intuición — científica y política. Te veía venir en cuanto empezabas a contarle algo y, sin que te dieras cuenta, te sugería posibles bifurcaciones que enriquecían el trabajo que estabas haciendo. Podía ser una recomendación de lectura o una pregunta puñetera, aparentemente inocente, que desmontaba tus hipótesis y te obligaba a reorganizar las ideas, haciendo más sólido el resultado final. Y en la dimensión política, qué decir… Creo que nunca le vi equivocarse de bando.

No menos importante —y sin duda el aspecto por el que era tan apreciado a nivel personal, más allá de su labor profesional— Fernando solía hacer todo esto con mucho humor. Había clases suyas que podían requerir una interrupción cuando la audiencia no paraba de reír y costaba recobrar la tranquilidad normal en el aula. Podría haber sido un perfecto humorista político en la radio… aunque por supuesto su humor y su orientación no eran para todos. Fernando siempre decía lo que pensaba —lo consideraba el mayor privilegio de la labor académica— y aunque fueran vestidas de broma sus palabras podían ser contundentes. Si me lo permiten, diría que Esperanza Aguirre puede ya descansar tranquila. Como sus alumnos saben, durante años la ex-presidenta de la Comunidad de Madrid fue blanco permanente de sus chistes críticos. Aguirre era a las intervenciones de Fernando lo que el Imperio austrohúngaro a una peli de Berlanga o un cameo a una de Hitchcock. Todos esperábamos ese momento, ese chiste, porque sabíamos que a partir de ahí terminaba la parte ‘sesuda’ de la charla y comenzaba una combinación de argumentos serios y bromas que ponían a la audiencia en el dilema de tomar apuntes o dejarse llevar por la hilaridad colectiva. Esto, en fin, lo hacía igual en una clase que en un acto institucional o un taller en una okupa. Recuerdo vívidamente la visita con él al Laboratorio 3 y el posterior paseo por su querido Lavapiés, un sábado, hará cerca de veinte años. Y también deambular por el campamento de Sol durante el 15M viéndole divertirse con lo que consideraba una ciudad en miniatura, otro teatro social, lleno de esperanza.

Ahora ausencia y nostalgia, y deseo de haber grabado las innumerables horas de clases, reuniones y discusiones que tuvimos a lo largo de dos décadas porque, como él mismo solía decir, sus mejores ideas se le ocurrían dando clase, hablando con los alumnos — me consta que algunas compañeras lo hicieron, y el propio Fernando pensó en ello muchas veces. Fue profesor, director de tesis, compañero de departamento, coeditor de la revista Urban, co-coordinador de asignaturas. Intentó que escribiéramos un libro juntos pero los dos sabíamos que el libro que teníamos en mente era imposible, inabarcable. Siempre estuvo cerca con generosidad, con una tremenda generosidad. Trabajando con él te sentías libre. En tu carrera, conforme pasan los años, te das cuenta de que hay unas cuantas personas sin las cuales habrías terminado haciendo otras cosas, pensando distinto. Son personas que iluminan una determinada realidad con una luz que no puedes olvidar, que abren una puerta que no puedes no atravesar. No importa qué rumbo tomes después, esa memoria te acompaña.

Hasta siempre amigo, donde quiera que estés.

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2 Responses to In memoriam: Fernando Roch

  1. soniafreiretrigo says:

    Qué bonitas palabras, Álvaro. Qué lástima que se haya ido. Una gran, gran pérdida.

  2. Oscar Soto says:

    Maravilloso homenaje a un hombre entrañable. Yo también recuerdo sus lecciones en el Doctorado en Ciudad, Territorio y Patrimonio en la Universidad Iberoamericana de Puebla, México, a donde vino invitado por nuestro querido Alfonso Álvarez Mora. Un crítico brillante. Un maestro de vida.

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