Ya de vuelta en Madrid, reencontrándome con parte de la rutina, tareas pendientes y un paquete de cerca de 300 correos-no-totalmente-urgentes que quedaron pendientes para leer al regresar… Esta semana hay, además, un par de reuniones de seguimiento de los proyectos de investigación en los que participo y tengo que dar una ponencia sobre la labor de la investigación para el arquitecto. Es decir, que con tanto hablar de investigación va a ser difícil encontrar tiempo para investigar de verdad. Confiemos, en fin, en que el verano por delante sea relativamente despejado, para poder seguir con los artículos que tengo abiertos.
Pero antes de dejarme llevar por el calendario, un par de reflexiones sobre estas semanas por Europa.
Como comenté, la conferencia en Weimar fue un verdadero tour de force multidisciplinar. Aunque en algunos momentos esto pudo dispersar el discurso, lo cierto es que esa apuesta dio la oportunidad para aprender de gente llegada de campos muy diversos y con aproximaciones originales y frescas al tema del evento: el modo en que las nuevas formas de comunicación y las experiencias que propician modifican nuestro conocimiento de la ciudad y nuestras prácticas espaciales, tanto a nivel científico y técnico como (y este es un tema sobre el que insistí bastante) en el de la vida cotidiana. En general las contribuciones trataron las dimensiones económica, social y existencial (u ontológica) de esa transformación, aunque personalmente intenté incorporar también la dimensión política, tanto en el taller que moderé como en mi intervención en la sesión final, entre otros con los ejemplos del grupo de movimientos y revueltas populares surgidas con y en la estela de la Primavera Árabe y las posteriores ocupaciones del espacio público en Europa. Como intenté explicar en el artículo publicado en Progressive Planning hace varios meses (aún sin acceso abierto, lo que no deja de ser irónico), creo que en esas experiencias se ha prefigurado la posibilidad de una gestión alternativa de los espacios de vida cotidiana y los regímenes de centralidad urbana, una alternativa que es profundamente política incluso si obviamos el contenido o significado político tradicional (en el sentido de la gran política o la política convencional de partidos). En definitiva, un ejemplo de momentos urbanos que desencadenan un proceso de transducción (obviamente ambos conceptos pertenecen a Lefebvre) en el que una serie de vectores de emancipación apuntan a lo posible desde lo real dado. En este caso, además, de la mano de nuevas formas de comunicación que encuentran una articulación concreta con el lenguaje tradicional de la manifestación en el espacio público.
La de París ha sido, en comparación, una conferencia mucho más ‘conservadora’. Aunque había un buen abanico de disciplinas representadas (antropólogos, sociólogos, científicos políticos, geógrafos, críticos de arte, filósofos, historiadores y, por supuesto, arquitectos y urbanistas) el discurso ha estado más cercano a una confirmación de la fe de la institución arquitectónica en sus propias potencialidades, más o menos al margen de otra serie de cambios sociales. Ha sido muy interesante ver la polémica desatada en torno a la pregunta, básica pero crucial, que motivaba el evento: ¿Qué puede hacer la arquitectura? Aunque muchos se mostraron aún convencidos de la capacidad catalizadora del trabajo de los arquitectos, algunos defendieron que su alcance es muy limitado: bien —como sugería el sociólogo radical Jean-Pierre Garnier— porque la clave está en otro nivel de los procesos socioespaciales y los arquitectos son una mera correa de transmisión de los mismos; bien, —como defendía el bueno de Andrea Branzi, miembro del mítico grupo Archizoom— porque vivimos una época de arquitecturas débiles en la que debemos adoptar una actitud mucho más modesta. Personalmente sugerí que debemos ser capaces de comprender la agencia de la arquitectura en los procesos más generales de producción del espacio y entender, al mismo tiempo, la incardinación de dichos procesos en el seno de proyectos hegemónicos más amplios. “Ni tanto ni tan calvo” o “ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario”: el/la arquitecto/a (y sobre todo el/la urbanista) debe ser consciente de su papel limitado pero importante (al menos en perspectiva histórica) en la construcción de regímenes socioespaciales que han incorporado siempre una regulación concreta de los procesos de reproducción social al nivel de la vida cotidiana.
Ahora, pues, lo dicho: de vuelta, yo también, a la cotidianidad.